viernes, 11 de diciembre de 2009

Cuando ya no eres importante.

Pasa el tiempo, pasa la gente. Todos seguimos con la vista al frente, sin preocuparnos en realidad. Cuántas veces has dicho que alguien es importante para ti, y cuántas veces has demostrado lo contrario. Con cuántas personas te has topado, cuántas conoces, y cuántas aprecias en realidad. Un pequeño detalle, nimiedades, cosas tan pequeñas que prefieres ignorar; pero al fin y al cabo, tú también lo hiciste.

Al principio sentía un eterno vacío, el mismo que siempre ha estado ahí y que me esfuerzo en esconder. Pero después, solo sé que simplemente, en esta ocasión me tocó ser el objetivo, no el que la hace. Hoy eché un vistazo a mis amigos, y me di cuenta que ya no importo. Ayer vi lo que otros han hecho, personas que yo conocí, con quienes estuve codo a codo, y ver cuán lejos han llegado, haciendo lo que les gusta, me permite darme cuenta de dónde estoy: enmedio de la noche.

Solo, tal y como empecé - hablando de amistades.

Qué bueno, me alegra que hayan podido salir adelante. Es lo que quería de ustedes, ¿no es así? Me siento contento de ese detalle. Lo único que duele es la mentira. Melissa, te comprendo, no sé si tarde. Creo que cosechas lo que siembras, ¿no es así? Vale, pensé que había dejado mejores semillas. Pero la vida sigue. On and on, and on, and on ~

Me pregunto qué será de mí en un futuro. Si valdré algo siquiera. Ahorita, no me siento nada, suena tan deprimente y estúpido pero así es; me siento vacío, olvidado. El juguete en el arcón, el peluche viejo de los años mozos. Tan triste. Y aún así, encuentro motivos para reírme - yo -, para entristecerme - lo que soy -, para destruirme - mi ser -. Algo encontraré, algo haré, en este momento no sé qué. Pero algo.

Escribiré, dibujaré mejor, qué se yo, me sumergiré en algún charco. Porque creo que así, olvidado y recordando a la gente que existo, no quiero estar aquí.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

sábado, 31 de octubre de 2009

Agh

Estoy tan enojado que no sé por dónde empezar, por otra cosa que no sea eso. La computadora me dice que son las 2:43 am, la cabeza me va a estallar; aún tengo que terminar esos jodidos respaldos, quiero acostarme, quiero olvidar. Me vendría perfecto un buen sueño. Descansar esas benditas horas, en que no tengo que estar a la defensiva; con la espada desenvainada, siempre cuidándome de quién me va a atacar. Desesperado, sumamente tenso, aguantándome las ganas de mandar todo al carajo, a donde más lejos se pueda (¿o, no sería mejor, largarme yo? Dudo que alguien se vaya por su propia voluntad...) y poder dormir.

No entiendo por qué carajos, aunque esto no tenga mucho sentido, lo considero algo tan personal y, sin embargo, incomprensible. Escribo con los ojos cerrados, solo sintiendo cada nueva palabra que nace de mi teclado. En realidad, olvido a medida que escribo, no quiero regresar. Tantos problemas, memorias y razones, exucsas necesarias y mil perdones. Mundo complicado, jodidamente estúpido y egoísta; harto, harto, me duele el vientre de indigestión de realidad. Todo yo, todo yo. Frase típica del mocoso resignado, y ahora, del adulto resignado. ¿Qué importa quién tenga la culpa, si yo volveré a pedir perdón? Realmente, podría tener un poco de sexo esta noche, algo que me tuvo en vilo por la expectativa, una promesa. Es más, creo que tras esa ilusión desmoronada, ni siquiera siento deseo. Solo esta inmensa paz que en realidad, carcome mis sentidos más que calmarlos. Quiero ahogarme en una cacofonía de olores y sabores, de sonidos de trompeta y gente bulliciosa. Enmedio de todos ellos, armarme de una batuta y dirigir el caos. Perderme entre la vorágine, sintiendo deliciosamente cómo pierdo poco a poco mi ser, y como si sucumbiese a alguna droga mística, elevarme más allá de la imaginación. Perderme.

Realmente hay tanto que decir, mis párpados se cierran solos y el maldito backup no va ni al 10%. Y, gracias a que es un proceso manual, no tengo DVDs ni discos externos, será como siempre, hago las cosas y, aunque no las haga, siempre queda la semilla de la duda, o al menos, de mi pésima capacidad auditiva. No es de extrañarse que uno quede sordo tras escuchar repetidamente los clamores y lamentos de una sociedad decadente, conformista y ciertamente autodestructiva. El dolor de cabeza interrumpe mis cavilaciones; eso, en conjunto con los mareos y las ganas de ir al baño. Ya son las 2:53, prácticamente las 3 am. No he dicho nada aún, no me siento desahogado, podría seguir tecleando enmedio del país de Morfeo.

La realización de sueños tan estúpidos como ese obedece a nuestra gran y humana necesidad del reconocimiento y de estar sujetos a poderes más allá de nuestros alcances, pues confiamos en Dios y matamos en su nombre. Sospecho que a medida que corren los minutos, este desahogo se parece cada vez más a la parafernalia graciosa, un documento salpicado de todo y con sabor a nada. No enfocado, me desvío porque así me dicta la noche, muero de sueño y sigo aquí por la maldita responsabilidad, porque esperaré a que mi chica esté segura y calientita en la cama para ir a mendigar un espacio a su lado.

Olviden todo lo que dije. De cualquier manera, pediré perdón yo.

lunes, 26 de octubre de 2009

Rag Doll Physics



~ Pure as the unborn son,
Pure as the maid should be
Ceased to breathe again...
Never look away from those with nothing to spare...


But I do, and I don't
Want to care anymore,

If I close my eyes
Would it spare me the sight?

Of decay, corruption, how we nurture destruction...
And everything that will doom us all.

Chaos may be thy name,
You left us for anything

Trust's never been so misplaced
As in your arms that day
.

Those that you gave away
To those who could ease your mind...

We were nothing but a waste of your time and space...

But I do, and I don't
Want to care anymore,

If I close my eyes
Would it spare me the sight?

Of decay, corruption, how we nurture destruction...
And everything that will doom us all.

But I do, and I don't
Want to care anymore,

If I close my eyes
Would it spare me the sight?

Of decay, corruption, how we nurture destruction...
And everything that will doom us all. ~

...Pretty much how I feel right now.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Luna

Carroza de plata, medias de seda,
Cuerpo de diosa, ¡oh! Luna hechicera
Soberana absoluta del cuerpo ancestral.
Riges mi vida con luz cegadora;
Nadie, solo tú, mi argéntea señora
Ilumina sin tregua el dolor de mi faz.
Princesa secuestrada, del Sol prisionera
Que lloras y tiñes de leche las estrellas,
amamantas los sueños y alimentas la paz.
Dulce traicionera, belleza sin tregua,
Gentil soberana con beso de alma,
Soy todo tuyo. Espero tu calma,
Que riegues con tu vida el espacio de mi ser.
Pendiente dejo mi esperanza vacía,
El amor de un cielo, la dulce compañía;
Preciosa señora de complaciente armonía
Y labios de seda, teñidos de bienestar.

viernes, 26 de junio de 2009

Indignación.

Sentado frente al luminoso monitor
(las horas muertas transcurren sin cesar)
iluminado por el foco moribundo del lugar;
leyendo sin parar, abstraído, con fervor,
pensando a dónde llegará este lugar.
Veo un país condenado por su gente,
un paraíso derrochado en la banalidad,
destruido no solo por la gente "decente",
sino por todos aquellos que se sientan a esperar.
¿Cómo es posible que el mismo mexicano
desperdicie su vida sin obrar el milagro
de tomar las armas y levantarse a luchar?
¿Es que acaso no puede tomarse un descanso
de la basura idiota que nos han enjaretado
y por breves instantes, ponerse a pensar?
Me indigna la venda que ponemos en la mirada
ante la necesidad del amigo, ante el dolor tuyo
ante los versos tristes del payaso cansado,
ante la vida desfalleciente de los desamparados,
ante la Patria secuestrada por un millonario,
ante la espera vana de quien quiere un mañana
libre de culpas, miedo y desgracias
- que en lugar cómodo se siente, ya se cansará -
del hombre honrado que quiere trabajar.

Vivo en un país de paradisiacas playas
donde al paisano se niega la mano
y se tiende al ajeno el brazo y el corazón.
Abrimos los ojos ante los males de otros
pero no mitigamos el peso de su cruz;
antes repudiamos el olor de su cuerpo
cansado, agobiado por tantos recuerdos
de tiempos en que otro eran el aire y la luz.
Espero con ellos un día aciago
en que la guerra barra con toda la faz
de mi país adorado, capturado por el terror,
enceguecido por modas, por odio y desvío,
dividido por la falta de amor cultural.
Es el Edén un lugar escondido
entre los verdes linajes de ascendencia antigua;
mas, ¡qué importa! ¡Los vecinos de arriba
lo han comprado para hacer un hostal!
Que las clases pudientes hagan sus refugios
allá donde el monte crecía con hierbas;
que todos lloren la pérdida del idiota
que envenena a la juventud con melodías pendejas.
Ay, México, tan lejos de tu Dios apagado,
y al mismo tiempo tan cerca de los negados
Estados Unidos de la Puta Norteamérica.
Me pregunto si un día veré tus pecados
y pensaré que es cosa de historias eternas.
Hoy te lloro, mi tierra, con el dolor campesino
de quien vive en desgracia y cría su tierra
para apenas levantar la mirada subyugada
y ver cómo por el césped ruedan las cabezas.
Los Zetas secuestran la realidad mexicana,
la televisión aparta a las ideas inteligentes,
llenamos nuestro estómago de comida industrializada,
adoramos a los estúpidos, porque son pudientes.
Vestimos nuestros armarios de ropa cara
y vendemos nuestra dignidad por collares de plástico,
que nos tienen amarrados a la vigilante armada
de los Estados Unidos Norteamericanos.

¿Dónde queda el orgullo de mi país?
¿Escondido tras un nopal, encerrado en la sierra?
¿Tragado por las bestias de otras tierras?
¿Qué ha sido siempre de la sociedad?
¿Por qué sus entrañas se pudren, sempiternas?
¿Qué le pasa a la gente, presa y callada,
quejándose ante todo y actuando ante nada?
Si vienen los tiempos de caídas tremendas,
quiero ser yo quien levante las alas,
y haga algo por esta, mi Patria.
México, lugar de costumbres desconocidas
para los propios mexicanos, desgracia eterna.
Hacia el Norte todos sin pensar nos largamos
y despreciamos la herencia de nuestras horas amargas.
¿Dónde queda la inconforme batalla
que libran las mentes contra la industrializada
sociedad de consumo que a todos amarra?

¿Cuándo, Dios mío, levantarás la mano
sobre estas personas que sin cesar aplastas?
¿Cuándo dejarás de mandar a tus curas
que ciegan los ojos de las movibles masas?
¿Desde cuándo es pecado pensar diferente
e indultas al pedófilo, perdonas al avaricioso
que en tu iglesia fomenta el horror de la perdición?
Regalamos el dinero a los parásitos sociales
haciéndolo en nombre de la "santa religión".
Criticas al negro, al homosexual y al ateo,
niegas a todos la libertad de expresión.
Linchas al que quiere levantar la mirada
del suelo en que nos tiene la cruel represión.

¿Es que acaso no podremos nunca
escapar de nuestra autolabrada prisión?
Yo, ¡protesto!, levanto mis palabras
- inútil gesto, mañana serán nada -
esperando que alguien escuche mi clamor.
Porque si somos humanos, pensantes e indignados
¿Qué razón tenemos para acallar al corazón?
Estoy cansado, hagamos algo
(un movimiento, una idea, un breve descanso)
por salvar nuestras mentes de la degeneración...




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Estoy cansado, en verdad. Por favor, empecemos a abrir los ojos y la inteligencia. Leamos, creemos, inventemos y levantemos este mundo. Yo soy mexicano. Pero todos estamos igualmente reprimidos.

Es un solo favor el que pido. Seamos libres e individuales.

Pensemos.

~ H

jueves, 18 de junio de 2009

Tiempo.

¿A quién le preguntas qué es la soledad, que pueda contestarte sin duda?

Me siento sumamente solo. No sé si he alejado a la gente, o ellos lo han hecho de mí; no sé a quién preguntar, o si valga la pena hacerlo; no sé si es soledad o hastío lo que ahora me tiene así. Triste, suspirando, con los nervios al acecho. Quiero platicar, pero no sé qué decir. La mente se me queda blanca, y el intento de contacto queda en eso, mero intento. No tengo deseos de nada, solo... De escapar del frío.

No sé por qué me molesto, si esto no va a ser leído, y escribirlo no va a hacerme sentir mejor. Me frustran los sarcasmos, me harta la indiferencia, y no sé si es porque yo me he vuelto así, más ácido y huraño, pero al mismo tiempo deseoso de afecto. Ahora que se acercan los momentos de retomar mi vida (con unos cuantos problemas extra...) no dudo, no flaqueo, pero sí lloro. Carajo, ¿no he aprendido nada, sigo en círculos sobre la misma pista? Todos los días escucho las mismas canciones, intercambio las mismas frases de rigor y cortesía, me dejo escapar a mí mismo poco a poco entre el tiempo desperdiciado y los ayeres olvidados; leo mangas, pierdo el tiempo, juego y juego, ¿y dónde queda mi voluntad? No escribo, no me nace ni siento necesidad como antes; esto es como un suspiro inesperado, porque sé que no volveré a hacerlo en un buen tiempo. Volví a ser master de Vampire y fue una buena salida para lo poco que tengo acumulado. ¿Y ahora? ¿Dónde quedó mi "talento", mi "inteligencia"? Un argumento caritativo sería decir que estoy nublado en este momento, por los problemas o por la autoconmiseración; pero yo recuerdo que eran esos tiempos cuando más mostraba la disposición para crear.

¿Qué, acaso, me he engañado todo este tiempo? ¿Y de paso a ustedes? Leo y releo lo poco que he escrito: las mismas metáforas, los mismos temas, orgullos nacidos de un dolor común. ¿Dónde quedó la admiración, el sentimiento, el placer de crear? Me siento casi como un actor fracasado, olvidado en los tiempos pasados y reliquia en este futuro; como si las glorias de antaño - glorias que nunca tuve, olvidos y despechos - se burlaran de mí en forma de mis recuerdos. En verdad me siento acongojado y aburrido de mí mismo. Decepcionado. Engañado, que es aún peor.

Que alguien venga y me muestre por qué decía que soy bueno...

...Por favor.

domingo, 1 de febrero de 2009

Eldréion: Chronicles. Prólogo.

Aquella tarde de invierno, la avenida principal de la Ciudad Oculta bullía de gente. Millares de personas, congregadas para presenciar la coronación del nuevo Guardián, se reunían en torno a la Fuente Roja, situada al final de la calle. La muchedumbre no cabía en sí de la excitación; después de todo, el nombramiento de un Guardián no era acontecimiento cotidiano, máxime que se realizaba cada 100 años, y esta vez sólo habían transcurrido 70 desde el último ceremonial. Las circunstancias que propiciaron este hecho eran completamente desconocidas para la gente, cosa que aumentaba la agitación de la misma.

Eran ya las 1257, y el ingreso del nuevo candidato a la investidura se esperaba a las 1300. Los minutos transcurrían lentamente; la plaza parecía desbordarse; los guardias procuraban, en vano, mantener el orden; el pueblo clamaba por la aparición de quien sería el actual protector del tesoro más preciado en Dakron. El cuentagotas temporal dejaba escapar preciosos segundos, inexorable. 1258... 1259...

Súbitamente, una algarabía general estalló. Por la calle, escoltado por múltiples espadachines, llegaba un carro, cuyos tres pasajeros eran dos antiguos magos conocidos como Ordrus y Mahr’ Kyeh, y un joven de aproximadamente dieciséis años, a juzgar por su rostro. El chico se llamaba Demian. El solemne trío iba ataviado de manera idéntica, con túnicas azules; las diferencias entre sus ropajes eran casi imperceptibles; sin embargo, para aquellos que conocían la jerarquía y organización del grupo regente de Dakron, los conocidos como Rheighn, eran datos preciosos sobre aquel enigmático grupo. Ambos hechiceros ostentaban un pequeño medallón dorado: el símbolo de la Orden. Demian, a diferencia de ellos, no lo tenía; en su lugar, llevaba un pendiente negro, de origen incierto.

Los dos ancianos, sosteniéndose en un báculo plateado, hicieron una seña, a la cual el gentío calló. La solemnidad del rito a realizarse requería silencio. El portentoso conjunto descendió del vehículo sin posar los pies en el suelo; levitaban, a efecto de adquirir velocidad, y poder completar lo antes posible la ceremonia. Una vez llegados a la Fuente, Ordrus tocó el piso con su cetro, y pronunció ininteligiblemente una frase. En respuesta, el agua cesó de manar, revelando una piedra negra, con una inscripción en simbología extraña. Mahr’ Kyeh, descendiendo a tierra, comenzó a pronunciar un conjuro en un idioma desconocido, al parecer correspondiente a la críptica escritura, con una dicción y velocidad increíbles. Demian, con la cabeza baja., aguardaba el momento en que su cuerpo albergara las armas gemelas Ángelus y Dæmon, la prueba de su rango de Guardián.

- Demian de Zaphros, hijo de Daphne, has sido llamado hoy para asumir la mayor responsabilidad que se puede tener en nuestro pueblo. Mas no eres digno aún de tomar en ti semejante carga: tus acciones hablan en tu favor, pero has de demostrar tu valía para ello. “¡Bendito aquel que es ignorante! Las dudas no corromperán su corazón, ni albergará monstruo alguno”, rezan los sagrados pergaminos de Eileen. Has de probar, frente al pueblo de la Ciudad Oculta, que puedes vencerte a ti mismo y llevar con orgullo la Insignia de Eileen. Porque el ser humano tiene como peor enemigo a sí mismo. ¡Mírate al espejo y descubre tus temores!
Al decir estas palabras, el nigromante tocó la piedra con su cayado, trazando una línea que dividió el monolito por la mitad. Una luz cegadora salió del mismo, y la roca esculpida se separó, apareciendo en medio de sus partes un espejo negro. La muchedumbre emitió un grito de asombro: aquel era el legendario Espejo de Eileen, el instrumento prohibido por el primer rey de Dakron en su lecho de muerte. 500 años hacía ya de ese hecho, durante los cuales la ubicación del Espejo había permanecido en secreto... Hasta ese día.

No era esto lo que pasaba normalmente en una ceremonia de nombramiento; ni siquiera los más viejos pobladores de la Ciudad podían recordar que el ceremonial fuera de aquella manera. La gente comenzó a agitarse... ¿Quién era aquel joven? ¿Qué había motivado la realización de aquel evento? ¿Cuál sería la prueba? O, ¿Por qué esa prueba? Las interrogantes flotaban en el ambiente. El desconcierto era tangible en el frío aire de aquella tarde.

Demian, sereno, levantó su cabeza. Se aproximó lentamente a aquel objeto místico, sin observarlo realmente, apreciando sólo su fina hechura, la extraña y arcana belleza de aquel misterioso instrumento... Pero evitando ver el cristal. Sólo cuando estuvo a menos de un metro de él, enfrentó su faz con la superficie oscura, permitiendo ver su reflejo en ella. Ahí estaba él, un adolescente de 16 años, en la flor de la juventud; la tersura de su piel y los negros cabellos, que enmarcaban su semblante tranquilo y calmado, atestiguaban una belleza extraña, como una obra imperfecta, pero obra maestra al fin. No restaban estos detalles ni un ápice de masculinidad a su fisonomía; antes le daban un aspecto de madurez y una mirada imperturbable. Repentinamente, el espejo se tornó blanco, deslumbrando a los presentes. El único que podía ver aún era Demian, absorto en la contemplación de sí mismo. Por ello, no se percató de la energía que el cristal emanaba, y que lo iba envolviendo lentamente. Sus sentidos estaban ciegos para cualquier cosa que no fuera él mismo.

El gentío, aterrado, comenzó a dispersarse. Ordrus y Mahr’ Kyeh, empuñando sus báculos, se aprestaron para la batalla. Una mirada de decepción pudo apreciarse en sus negros ojos; aquella no era la manera en que su aprendiz debía haber reaccionado. Sin embargo, el peligro que iban a encarar requería su atención absoluta, pues se hallaba en juego el planeta mismo. En efecto, si el poder que se hallaba frente a ellos no era controlado, y llegara a aproximarse lo suficiente al centro de la Fortaleza, todos los esfuerzos de los 6 habrían sido en vano, y todo cuanto era conocido perecería. La situación se tornaba grave; las inmensas cantidades de electricidad estática comenzaban a crear tempestades; el viento, enfurecido, derribaba todo cuanto se atravesaba delante de él; las aguas enloquecían y amenazaban con sepultar la Ciudad. La naturaleza parecía querer quitar a la humanidad aquello oculto tras recónditas paredes y laberínticos cuartos, el tesoro de Dakron. Eso que Demian debía proteger... Pero el muchacho estaba abstraído completamente de la catástrofe a su alrededor. Todo cuanto pasaba le era indiferente: tal era el peligro del Espejo de Eileen, que no reflejaba sino los peores deseos y pecados del incauto que osara reflejarse en él, arrebatando la voluntad a la víctima.

Los dos magos comenzaron a recitar un conjuro, aquel que menos querían utilizar. Tendrían que volver a sellar todo aquel poder... Aunque supondría encerrar junto con ello el alma de su pupilo. Pero no había otra alternativa. Resignados, ambos comenzaron: “Ftreg’n laimus dénimos...”

martes, 20 de enero de 2009

The Tower.

Aún faltaban escalones por recorrer… La negrura que sus ojos rodeaba parecía no tener fin. Sólo el brillo de su espada podía guiarle, ya era poco el tiempo para que esa noche de luna clara llegara a su fin. Todo el trabajo de esas épocas, la espera paciente… Fervientes anhelos que se concretarían si lograba encontrar la última pieza del gigantesco rompecabezas. Lo que aquella tarde fatídica terminó… ¿Qué, el mundo estaba completamente ciego a la gloria? El nacimiento de su nuevo Creador. Le negaron la existencia; rechazaron la nueva era que se les prometía.

Las cavilaciones que su mente recorrían hacían eco con la luz que se colaba entre los rincones de aquella torre derruida. El paso del tiempo había hecho mella en la piedra. Los pasos resonaban, tétricos, en las paredes frías, colándose junto con el viento en agitada sinfonía…

No podía ver dos palmos más allá de su frente. Ni siquiera la luz sagrada poseía el poder para defenderle de la siniestra oscuridad, la cual, voraz y callada, devoraba el resplandor con vil gula. El instinto de vida, perdido tiempo atrás en el inicio de su cruzada, le llamaba a la cordura. Esa puerta no debía ser abierta: ¿quién era él, para decidir si Eldréion merecía tener a un dios en sus tierras?

Ignoró esos sentimientos, como tantas veces anteriores a ese orgásmico momento había hecho. Eran dos escalones de piedra los últimos guardianes del secreto primigenio… Al pasar junto a una ventana (agujero cruel que tormentas antiguas forjaron en la piedra muerta), un resplandor tenue, plateados hilos de Selene, rodearon su rostro, cubierto por la capucha de mythril, que reflejó sin piedad cada regalo argentino de la Luna muerta. Ojos negros y vacíos tenía. Tez cetrina, rasgos demacrados por la espera. Pero determinación en cada gesto, decisión a acometer la tarea tomada bajo su cargo años atrás.

Estaba, al fin, el último obstáculo frente a su mirada.

Una sonrisa anhelante en su rostro se dibujó, y se torció en formas maquiavélicas cuando las palabras finales salían, vivas de nuevo, para romper el último sello de la vida. Y tras la letanía satánica, palabras prohibidas que nunca debieron existir… Un golpe certero con aquella arma bendita, robada a las órdenes que intentaban tan sólo mantener el orden existente en el caos de la vida… Precisa estocada, que tendría consecuencias fatídicas para el delicado equilibrio entre la locura y la razón. Serían ahora minutos desconcertantes, desprovistos de esperanza, los que esas tierras sacudirían; estaba por regresar el Redentor de las Almas, quien alguna vez no pudo resistirse a sí mismo y sacrificó su corazón por el poder absoluto.

Las puertas se derribaron, el mal estaba ya hecho… El silencio hizo presa en la solemne escena, al traspasar Thorius el umbral de la estancia prohibida. Tan sólo dar un paso en aquel mausoleo oculto, en el castillo más antiguo de Krúmnos Lairen; la profanación suprema de la salvación. Su aliento se cortó por un instante eterno, y el asombro hizo presa en su espíritu condenado.

Era imposible que aquella estructura que con penosos esfuerzos podía tenerse en pie, albergara habitación de tal belleza. Encajes y brocados de la más fina hechura cubrían cada rincón, derritiendo con su blancura el tétrico ambiente que se respiraba del frío aire nocturno. Las ventanas, perfectamente bien trazadas en los sólidos muros que cercaban la estancia. Cada vidrio cortado con esmero, y un vitral de proporciones inmensas descansaba en el extremo izquierdo. El artista debía haber vaciado todo su dolor y pesadumbre en aquella representación: podía verse claramente a un ser celestial, armado de imponente lanza, que purificaba el pecho de algún pecador con el frío beso del metal. Los trozos carmesí que brillaban tenuemente bajo la pálida iluminación de veinte velas parecían llenos de vida, como si la sangre hubiera hecho nido en ellos.

Tras las cortinas que daban preámbulo a la entrada al recinto, la sorpresa más grande esperaba. Era un altar negro, con diez antorchas a sus pies, que imprimían sombras siniestras bailando en la oscuridad. ¿Qué ofrenda era esa, fuertemente custodiada por los fantasmas de aquellos que le habían buscado en los tiempos primigenios?

El Espejo de Eileen… Justo frente a él.

Súbitamente, las puertas se cerraron. El impulso de la vida misma se resistía a cambiar el destino de la Humanidad. Y ante él descendió un ángel, visión misma de la pureza… En la diestra empuñaba una lanza singular, prístina y reluciente, que por nombre mortal lleva “Ángelus”. El arma, que temblaba por cortar la carne del indigno espectador, era un metal no conocido por herrero alguno, materia misma de los cielos caídos. La forja de arma tan singular no podía pertenecer al arte: era algo más, perfección y belleza conjuntas en el instrumento de muerte. Su sola aura rezumaba furia. La batalla por el renacimiento daba comienzo, en aquel lugar oculto de la vista de los mortales.

El orbe en la base de la lanza crepitó, y tal sonido fue el preámbulo a la voz del ángel, calma y furibunda a una vez.

- Da la vuelta, miserable mortal. Este objeto sacrílego no debe ser conocido de nuevo. La catástrofe no deberá repetirse jamás: el mundo ha renacido, y ninguna cicatriz ha de ser abierta de nuevo. Perdonaré tu alma si renuncias al necio impulso, y te alejas de este lugar. Que, de otro modo, hoy será perdida tu esencia…

- Criatura ciega, que sólo a tu Dios obedeces… ¿Con qué palabras osas desafiarme? ¡Yo soy Thorius, el portador de Limnia Omins, que se alimenta de la luz! ¡Aparta tus alas de ese tesoro sagrado! No sea que el fuego eterno se cebe en ellas.

- …Has sido advertido, rey de humanos. La moneda ha sido lanzada. ¡No lamentaré ahora destrozarte!

El gesto calmo del ángel aquel se tornó en horrísono grito de batalla, al lanzar el veloz ataque contra el encapuchado. Éste, sin inmutarse siquiera, enarbolando la mítica espada, desvió con elegante golpe el metal que por un segundo iba a impactarse contra su pecho.

La misma sonrisa repugnante curvó la boca de Thorius. El chocar de las armas produjo energía perdida, que iluminó macabramente la escena; estaban ahí, en plena batalla, las fuerzas del renacimiento y la protección, un entrechocar de la esperanza y la vida. En feroces ataques, los filos hambrientos se entrecruzaron múltiples veces: el humano, disfrutando de poner en peligro su vida; el ángel, defendiendo con valor y tesón el último reducto de la cordura…

La Luna contemplaba, silente, el drama de aquella batalla épica. En un cuarto de la torre más alejada y decrépita, se decidiría de nuevo el camino que el destino habría que tomar. Las armas lloraban sus lamentos a las estrellas, carne y hoja besándose con grotesca lujuria. Un tajo certero dio de lleno en el hombro del ángel, llevando consigo materia y maná, la esencia misma de la divinidad.

Bajo un mar de plumas el combate se libraba. Triste escena repleta de hermosura. El ataque de la lanza devolvía con creces las heridas causadas a su amo, creando bocas en la armadura y piel del mortal. Cada ataque iba dirigido a matar. La destreza del humano fue lo único que le mantuvo con vida, bajo la lluvia de odio y sangre.

De un salto hacia atrás, el rey se alejó de su formidable oponente. Múltiples heridas en ambos seres daban fe de la destreza de ambos adversarios. El maná cubría las cortaduras hechas a fuego en el ángel, mientras que la sangre y sudor formaban ríos fatales en el cuerpo de Thorius.

- ¿Conque los ángeles no son los santos hijos de ese dios débil que todos creen? Enarbolas con crueldad tu instrumento, y sabes a dónde dirigir tus golpes… - Acompañó sus palabras con un gesto despectivo, escupiendo hacia un lado, y mostrando sus dientes en fiero desafío.

La reacción no se hizo esperar…

- ¡¿Osas burlarte del Divino?! ¿De quien ha permitido tu existencia? ¡Pagarás en sangre el tributo que le debes! – Tras proferir estas palabras, con todo el enojo de su existencia, el orbe de la lanza lloró de nuevo… Y un resplandor rojizo nació de él, agrupando el aura en una sinfonía de muerte.

- …Estoy hartándome de esto…

El cansancio estaba haciendo mella en ambos… Estaba próximo el último ataque. Thorius, en su mano derecha, concentraba todo el dolor que había pasado, dejando que la sangre le llevara a la palma el desprecio concentrado, el poder que había obtenido con su desesperación, todo el odio y la desesperanza… Todo en un último ataque supremo. El vacío absoluto, en manos de un pobre humano, soldado de las épocas antiguas.

Con un movimiento presto y seguro, la lanza apuntó de nuevo al hombre. Y toda la energía concentrada chocó con las negras ondas que de éste emanaban. La oscuridad cedió su vida al caos, cuando las olas de poder se arremolinaron en el centro de la habitación, sacudiendo los mismos cimientos de la existencia en su triste canción perdida.

Voraz explosión de luz enceguecedora…

Y después, la nada.

Algo había pasado…

¿Quién es esa tercera figura, aparecida en medio de la colisión? ¿Silueta de un pasado distante, viejos temores enterrados que renacían para abrazar de nuevo los corazones?

…Era él…

Quienes combatían segundos atrás habían salido despedidos por el impacto. La torre se colapsaba; tal era la potencia derramada por los feroces ataques. Cada ladrillo chillaba de dolor, indispuesto a mantenerse firme… Por un instante, cuando el tiempo dejó de ser, los tres personajes de esa noche macabra se quedaron suspendidos en el aire. El ángel, pues poseía alas. Y Thorius, quien le desafió en defensa de su locura, suspendido por otro ser de alas negras… De rostro joven, cabello castaño, y sonrisa triste.

Quien había sido sellado en el mítico Espejo de Eileen, por la protección de la realidad.

Aquel que podría haber aspirado al trono de Dios.



Demian.

El ángel no había podido cumplir su tarea, aún cuando de ello dependía la vida. Sabía el castigo… De modo que, con los últimos resabios de fuerza que le quedaban, empuñó de nuevo la lanza…

Un grito desgarrador rompió el aire. Y la callada hoja anidó en el pecho de la nívea criatura. Bebiendo de su maná vital, secándole por dentro…

La última estocada desesperada había sido dirigida al negro dios. Tratando de prevenir la catástrofe ahora inminente, cuando el poder oscuro intentara de nuevo hacerse con el control de la vida. Pero con un gesto, Demian había desviado la trayectoria de la hoja, y volteado contra su atacante celestial. La ironía suprema: el arma nacida de nubes y esperanzas, destruyendo al último sello de la locura.

En el aire se desvaneció la última luz que protegía el secreto. Y Angelus, inerte, sin la fuerza de la esperanza, cayó al vacío.

Flotando aún en la noche desfalleciente, miró a su fiel sirviente, quien había dado su poder y fuerza para despertarle. Y una carcajada brotó de su boca, al tiempo que los ojos muertos le miraban con renovada alegría.

- Thorius… Me has servido bien. Has cumplido mi mandato con singular denuedo. Realmente estoy complacido contigo…

- Amo mío… Sólo deseaba ver el nacimiento de la nueva… *Coff*… Era… *Augh*

- …

- Dígame… Mi señor… ¿Qué más he de hacer, cómo he…? ¡Argh! ¿Cómo he de ganarme la recompensa…? De… Deseo verles…

- …Estúpido mortal. Ellas no existen ya. Pero… Me has sido útil… Y lo serás por siempre… - Dichas estas palabras, tomó la espada que colgaba del brazo inerte, Limnia Omins, el aguijón de transparente cristal. – ¡El último sacrificio que pediré a tu alma, será su eterno servicio!

Con un solo impulso, encajó aquella hoja sagrada en la frente del rey caído. El espíritu fluyó por el arma, llenándola de vida y dándole una nueva forma… El filo se tergiversó en caóticas formas, tomando matices nuevos de locura forjados con el alma de Thorius.

- Mi más preciada arma… Daemon.

Había comenzado, una vez más, la Era de las Verdades Siniestras.

viernes, 16 de enero de 2009

Duelo.

Entre sonrisas, los dos contrincantes se observaban. El regocijo era mutuo; en medio de aquel campo desolado, donde incluso los insectos rehuían hacer su hogar y la mano de Dios parecía haberse olvidado hasta del cielo, ambos oponentes habían encontrado un lugar propicio para medir sus espadas. En esta ocasión no terciarían palabras entre las intenciones de lucha, tan solo los fríos aceros, con su gusto por la piel desgarrada. El viento y sus susurros de hoja caída, llevando las noticias del duelo; los lamentos de las nubes y el rugir del trueno –dios nunca benévolo, amante de las contiendas - eran los únicos sonidos envolviendo la quietud de la muerte. Amenazaban con caer las lágrimas del cielo sobre las empuñaduras de las armas, mojando las fundas, labradas con intrincados motivos, con los advientos de la hora anunciada. Cada músculo flexionado en la posición adecuada, tenso, expectante, callado. Los ojos fijos en la burla y la alegría que produce encontrar a un igual.

Uno de los duelistas era un reconocido samurái de las épocas antiguas: por nombre, Ieyasu Kuragawa. Su fama en las artes de la katana sólo era superada por el temor que la gente le profesaba cuanto escuchaba su nombre en las viejas andanzas; los baños de sangre a la luz de la Luna, cuando tan sólo con el beso de su arma llevaba la humillación de los caídos a ejércitos enteros que osaban desafiar su furia. Ah, qué magnífico se le veía, con su armadura ébano y la máscara desgarrada que solía portar, mostrando su ojo izquierdo, que entre las tinieblas refulgía como la mirada del Demonio mismo buscando las almas, danzando con la gracia propia de los dioses. Siempre bajo la cubierta de su rostro, un gesto impertérrito, que no parecía conmoverse a medida que las almas eran segadas con los certeros cortes de su brazo derecho. Cada nueva historia sólo contribuía a su fama. El brazo maldito por los dioses, su extremidad diestra; llamado así por su destreza en los golpes, que según las habladurías de la gente le había sido concedida en el momento de su nacimiento, manifestándose la arcana habilidad en forma de intrincados tatuajes que recorrían su antebrazo. Decíase que, el día que Ieyasu muriera, su brazo cobraría vida propia para seguir regocijándose en los jardines del asesinato.

Y del otro peleador… Shiroi. Sólo por esa palabra se le conocía. Y pronunciarla era el equivalente a invocar los espíritus de vengativos guerreros caídos bajo su hoja. Con sus blancas vestiduras, inmaculadas siempre aún cuando la sangre a su alrededor corría a raudales. Se rumoreaba que ninguna mancha podía hacer mella en la nívea tela de sus ropas, así como ningún acero forjado por manos humanas podría cebarse en su carne. Tan sólo podía apreciarse una sola huella de las batallas en su cuerpo de acero: una cicatriz recorriendo su brazo izquierdo. La marca recorría desde el hombro hasta el dorso de su mano, y daba lugar a un sinnúmero de leyendas. A veces se escuchaba, en las tertulias reunidas alrededor de los juegos de dados y las casas de reunión de las rebeliones, que el tajo le había sido infligido por un demonio que, celoso de su prodigiosa maestría en la lucha, con una infernal daga había marcado de por vida el ahora inútil brazo, llevándose la mitad de su gloria. Siempre llevaba Shiroi su siniestra metida entre los pliegues de sus ropajes, colgando la inerte extremidad, sin vida, sin habilidad. No obstante, con la opuesta se bastaba el hombre para efectuar sus orgías de muerte. Al contrario de Ieyasu, su gesto solía iluminarse con obscena sonrisa al sentir los huesos romperse, las bocas proferir horrísonos gritos, y los tendones destrozarse por los golpes de su técnica mortífera.

Eran esos dos los personajes que, contemplándose mutuamente, adornaban el paisaje próximo a ser testigo del derramamiento de vida carmesí escapando de las venas. Podrían ser polos opuestos, de no ser porque compartían un vínculo en sus caminos de homicidios, justificados ante su razonamiento por las mareas de la época. Eran tiempos difíciles, que ambos hombres habían utilizado para escribir sus respectivas leyendas, estigmatizadas con el tono mórbido de las contiendas. Kotori, el instrumento del brazo de Ieyasu; y su adversaria, Shiroyuki, en manos de Shiroi. Espadas que, sin que ambos supieran, nacieron del mismo fuego y el mismo genio artesano; creadas épocas atrás, imbuidas de las ansias de venganza de un maestro en los complicados usos de la forja de katanas. Gemelas en destino y desgracia. Cumplida su razón de existir, fueron después herramientas para la matanza, habiendo llegado a las respectivas ansias de los contendientes. Se volverían a encontrar los aceros y a interponerse el uno en el camino del otro, para evitar la muerte de quien los blandía.

Cada mano acariciaba su respectiva empuñadura, presta a desenfundar a la menor provocación. Shiroyuki, prístina y silente, reposaba dentro de su funda, trémula y a la espera de la matanza; por su parte, Kotori dormía, mas en sus sueños se revolvía ante el inminente duelo, regodeándose por anticipado con el gusto del plasma. Era tal la anticipación con que las katanas acompañaban la expectación de los guerreros, que parecía las armas temblaban con vida propia, cuando la expectación era lo que movía los temblores en los sendos dueños.

Era diferente el cielo esa tarde de otoño. Recorrían las corrientes el mar del firmamento, llevando consigo aullidos de los dioses fúricos, los demonios esperando el alma que habían de reclamar, recorriendo el paraje aquel en sus bailes mortuorios, esperando con fascinación el momento de derramar la primera sangre. Los restos de árboles que alguna vez poblaron el lugar, secos y resquebrajados por el peso de los asesinatos, crujían con estrépito tan solo con el beso del agua y el aire combinados. Sin embargo, cada sentido de los contendientes estaba sumido en un análisis callado, frío y ajeno a todo lo que no fuera el hombre que delante tenía. Presionaba la muerte a que comenzara el encuentro, relamiéndose los descarnados labios con anticipada gula. Habría de devorar almas antaño ya marcadas como malditas. Veía a los personajes como cosa propia, perdiéndose en cada detalle de los cuerpos trabajados en el fragor de la guerra.

Una gota de sudor recorriendo la columna vertebral pudo haber sido disturbio suficiente que rompiera la tensa paz de la mórbida escena. Sin embargo, la señal para el inicio del fin no llegó con un evento tan simple; de la mano de un rayo que, raudo e inesperado, cruzó las nubes estrepitosamente, e iluminó por un instante angustioso el ambiente, dio principio la Muerte a su festín. Veloces movimientos de muñeca, al unísono realizados, desenvainaron las sedientas armas. Los filos, perfectamente trabajados, se deslizaban desde el fondo de las fundas, hasta rasguear con demoniaca precisión las cuerdas del aire, dando comienzo a la sinfonía cacofónica de los gritos y agonía - ¡qué música más macabra, qué melodía más bella! - que a ambos contendientes envolvería. Canta, Shirayuki, tu poesía desenfrenada, y graba los versos en la carne adversaria... Kotori, he ahí tu trino de callado beso; con tu afilado costado dibuja los rasgos de los mismos demonios en la mortal envoltura del honor...

Destellos apenas perceptibles cruzaron el reflejo de la energía eléctrica presente en el firmamento, acompañados por el fino polvo que cuatro sandalias levantaron en perfecta sincronización. Despegaron las suelas del abrazo del suelo, comenzando la imperfecta danza del enfrentamiento. En la pericia obtenida de los anteriores combates, ambos habían entendido la importancia de dedicar todo a la primera estocada, terminar cuanto antes con el excitante retardo previo al sordo golpe de un cuerpo caído. Tantos órganos vitales posee el cuerpo... Es difícil detenerse en solo uno, cuando el desgarre de los tejidos confiere tanta vida a aquellas existencias carentes de otro sentido más que el de la masacre. El corte de Ieyasu era una perfecta medialuna, que a otro adversario más débil hubiera enviado atrás con el solo impacto del viento. Recorrió la hoja una trayectoria limpia, de izquierda a derecha, cercenando con su paso un árbol que apenas en pie se tenía. Mas no era suficiente. Ágiles eran las piernas de Shiroi, que le impulsaron hacia arriba para evadir el mortal golpe; y desde el aire, con su arma desenvainada ya, intentó descargar la furia de su espíritu en un tajo vertical, dirigido a la cabeza.

Los reflejos del primer atacante eran infalibles. Girando de nueva cuenta su mano, posicionando la hoja justo frente a su mirada, que siguió la trayectoria del adversario, detuvo aquel ataque. Las chispas nacieron del brutal choque, como la pasión de un beso entre dos feroces amantes. Pareciera que la lluvia quería contemplar por sí misma el duelo, pues la resonancia del encontronazo entre el metal se expandió, acompañada por los suaves golpeteos de las gotas que comenzaron a caer. Resbalaban así en los ropajes, en los rostros, en los aceros. Rechazó Ieyasu a Shiroi con un violento empujón, cayendo éste de pie frente a frente. De un salto se impulsó al frente, enarbolando su katana como si de una lanza se tratase. Una embestida de esa magnitud podría haber atravesado limpiamente a su objetivo, de no ser éste un luchador de la talla del mismo adversario. Pues, girando sobre sí mismo, hízose a un lado, esquivando apenas el filo, que llevó tras sí rasgaduras de las ropas, y un fino hilo de sangre de la piel herida.

Mas, ¡qué caro le costó el fallo! Pues era ésa la oportunidad que esperaba Kuragawa... Aprovechó el momento de giro, la fuerza generada por aquel movimiento, y utilizándose a sí mismo como eje, impactó de lleno en la espalda de su adversario, aunque la Suerte, ciega dama, hizo que fuese el revés de la espada el que imprimiese el golpe. El rumor de los huesos al quebrarse, el orgásmico momento en que las vibraciones sacudieron a Kotori, haciendo que su portador sintiese todo el choque; se iluminaron sus ojos, y el rostro antaño tranquilo se curvó en fiera y macabra alegría, como si el demonio de su brazo despertase para cobrar la primera sangre. Sin embargo, fue la tremenda colisión la que avivó de una vez por todas la llama del coraje en Shiroi… Tambaleante, mas sin haber caído, giróse una vez más, encarando al samurái de la máscara desgarrada. Y entonces, pronunció las únicas palabras que se le oyeron decir:

- Has marcado tu huella. Te concedo el privilegio de morir.

Tras estas palabras, corrió de nueva cuenta, riendo como poseído. En su estrepitosa carcajada se adivinaba el insano deseo de la aniquilación total, un sonido que podría calar hasta los huesos del más fiero combatiente. Y así, se cruzaron de nuevo las espadas, chocando con la furia de los mares, repeliéndose mutuamente en cada encuentro. Cortes destinados a matar, eran los que ambos beligerantes trazaban sin cesar, apenas contrarrestados por hábiles movimientos del rival. Cada colisión de los aceros iba acompañada del fugaz sonido de un trueno, ¿era la manera de los dioses de demostrar su interés en la contienda? A ambos se les veía felices, concentrados, en obscena alucinación. ¡Qué desperdicio más grande, el de dos hombres que podrían haber alcanzado la gloria por méritos propios, mas escogieron el sendero de la sangre como única opción! La naturaleza humana dicta así sus oscuros designios: encuentre cada quien la paz en el acero o el estudio, en el género o la incertidumbre, en la meditación o el desenfreno… Pobres, condenados nosotros a vivir de nuestras pasiones.

Se desarrollaba el combate con vertiginosa violencia, aunque ya se había prolongado más allá de una pelea normal. Claro, tratándose de maestros de la espada, la destreza de uno no superaba al otro, y seguían en medición de sus respectivas fuerzas. Gotas salinas recorrían ambos cuerpos, y se admiraban las señales de los golpes en los ropajes. Ninguno de ellos era ya inmaculado; se había terminado la leyenda de su inmortalidad. Cubiertos ambos en cortes y sangre, no era ninguno, sin embargo, el dispuesto a ceder; antes tomaban de nueva cuenta su posición de ataque, esperando el momento del ataque final.

Éste llegó por iniciativa de Shiroi. Obró otro milagro, en la algazara de su acometida. El brazo inerte cobró vida, asiendo la katana por la parte baja. Pareciese que el Diablo mismo estuviera de su lado, recobrándole la facultad de usar ambas prodigiosas manos para terminar de una vez la prolongada pugna. Firme y sagaz, trazó un círculo frente a sí mismo, dibujándolo en el aire. Después, flexionando su brazo derecho hacia atrás, y con el izquierdo apoyando la empuñadura, se lanzó de lleno contra Ieyasu, como mortal ariete. Coletazo de Dragón, era esa su embestida predilecta, que a más de uno envió a la tumba. Respondió la víctima de igual y digna manera, envainando su espada y girando sobre sí mismo, con los pies firmemente plantados sobre el suelo y la diestra empuñando el arma. Media luna, nombre singular y parco. Pero que despertaba remembranzas de cuerpos partidos por la mitad. Y así, se encontraron las poderosas arremetidas; golpes críticos que pusieron fin a dos mitos del Japón caótico de esas épocas.

Cayó primero Shiroi, con un profundo tajo que cruzaba horizontalmente su estómago. Era demasiado grave para tener remedio alguno… Asomaban al exterior sus órganos vitales, consumiendo el poco tiempo que quedaba en su vida con agónicos estertores. Pero había valido la pena. En el lugar donde anida el corazón, había dejado clavada su propia arma, en el pecho de Ieyasu. El filo de ésta atravesaba completamente al hombre, que cayó, primero de rodillas, y después besó el polvo fino de aquel escenario trágico. Ambos se hicieron compañía en la tumba, que sería la misma para ellos: el suelo árido, y el festín que esa noche, los dioses y los buitres se darían en los músculos trabajados. ¿Es que acaso no hay más destino para el guerrero, perecer por el frío acero, y no dejar más huella? Aún reposan, murmuran los transeúntes, las dos katanas gemelas, en el lugar de la pelea. Sin mella alguna, pues todavía no cumplen su última misión: forjar un mejor futuro para el hombre. Solo siguen marcando el emplazamiento exacto, donde dos extraordinarios adversarios derramaron inútilmente su vida…