Quisiera haber estado ahí cuando Beethoven por vez primera tocó al piano de la soledad y el silencio su sonata 14. Cada que escucho los suaves golpes de las notas, desgarrando el aire frío de mi habitación, no puedo reprimir el dulce sabor de la melancolía que a mis labios llega, directo desde mi corazón, resbalando por mi garganta en sentido contrario. Oh, lo que daría porque mis ojos hubieran contemplado entre la penumbra el quehacer del genio, embriagarme en sus errores mientras componía. Porque escucho la tonada, y cada tiempo es un acorde de mi propia alma, que danza y canta en prístina tristeza; y la desesperanza no hace mella en mí, sino que se combina en sutiles matices con la desgracia para dar a luz una belleza intranquila, ávida de caricias y de ternura.
Imagino que, al momento que contigo paso estos momentos infinitos, cuando escucho tus desgracias y las hago mías, mientras dejo correr las palabras - el grifo se ha abierto, ¿quién podrá sellarlo de nueva cuenta? -, nos abrazamos sin necesidad de frases necias, te susurro al oído cuánto te quiero y lo bien que las cosas van a estar; dejo que mi mente discurra y cree la escena, solemne, patética; sigo imaginando y te veo, con los ojos vidriosos por la falta de sueño y la vida cruel que se empeña en querer derribarnos, tan bella, tan frágil, tan tú. Y me da por escribirte, palabras, palabras, y más palabras inútiles en esencia, pero que reflejan mi necesidad de protegerte. Aún cuando no creas en el valor de la amistad sincera, o que mi cariño por ti es puro, sigo escribiendo, balbuceando quizá. Y no sé si tendré el valor para mostrarte esto cuando sienta que he terminado.
Cada que leo las frases me pierdo más en la canción que insistentemente obligo a sonar. Como si nos hablara al oído, notas llevadas a través de las épocas para mencionarte viejas penas y al mismo tiempo jodidas esperanzas. En el punto álgido, cuando ya las lágrimas amenazan con corroer mi rostro, sonrío, es inevitable; vuelvo a sonreír tan sólo por la necesidad de vivir y de tenerte conmigo, de hacer algo por ti.
Y mientras sigo en la búsqueda de una respuesta de quien desea decirme adiós, vuelvo a iniciar la sonata que ahora lleva también mis propios sentimientos en ella. Quien la toca no debe saberlo, porque seguro es que en los mismos acordes deposita su corazón, como prenda para ofrecer al auditorio la maestría exquisita que tan excelsa verdad requiere. Cambio insistentemente de panorama, escribiéndote a ti en dos lugares. Te hago preguntas que en verdad deseo responder, que posiblemente susciten recuerdos inesperados o más travesías. Y yo también me cuestiono, al tiempo que llego de nuevo a la mitad de la melodía. Si podré sustentar mis ofrecimientos (que otra cosa no deseo), para darte mi mano y ayudarte a ponerte en pie.
Prometí que sería fuerte, y lo estoy cumpliendo. Pero no puedo evitar el miedo. Más que nada, el gran temor de fallarle a quienes en mí depositan su confianza.
domingo, 2 de marzo de 2008
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