Aquella tarde de invierno, la avenida principal de la Ciudad Oculta bullía de gente. Millares de personas, congregadas para presenciar la coronación del nuevo Guardián, se reunían en torno a la Fuente Roja, situada al final de la calle. La muchedumbre no cabía en sí de la excitación; después de todo, el nombramiento de un Guardián no era acontecimiento cotidiano, máxime que se realizaba cada 100 años, y esta vez sólo habían transcurrido 70 desde el último ceremonial. Las circunstancias que propiciaron este hecho eran completamente desconocidas para la gente, cosa que aumentaba la agitación de la misma.
Eran ya las 1257, y el ingreso del nuevo candidato a la investidura se esperaba a las 1300. Los minutos transcurrían lentamente; la plaza parecía desbordarse; los guardias procuraban, en vano, mantener el orden; el pueblo clamaba por la aparición de quien sería el actual protector del tesoro más preciado en Dakron. El cuentagotas temporal dejaba escapar preciosos segundos, inexorable. 1258... 1259...
Súbitamente, una algarabía general estalló. Por la calle, escoltado por múltiples espadachines, llegaba un carro, cuyos tres pasajeros eran dos antiguos magos conocidos como Ordrus y Mahr’ Kyeh, y un joven de aproximadamente dieciséis años, a juzgar por su rostro. El chico se llamaba Demian. El solemne trío iba ataviado de manera idéntica, con túnicas azules; las diferencias entre sus ropajes eran casi imperceptibles; sin embargo, para aquellos que conocían la jerarquía y organización del grupo regente de Dakron, los conocidos como Rheighn, eran datos preciosos sobre aquel enigmático grupo. Ambos hechiceros ostentaban un pequeño medallón dorado: el símbolo de la Orden. Demian, a diferencia de ellos, no lo tenía; en su lugar, llevaba un pendiente negro, de origen incierto.
Los dos ancianos, sosteniéndose en un báculo plateado, hicieron una seña, a la cual el gentío calló. La solemnidad del rito a realizarse requería silencio. El portentoso conjunto descendió del vehículo sin posar los pies en el suelo; levitaban, a efecto de adquirir velocidad, y poder completar lo antes posible la ceremonia. Una vez llegados a la Fuente, Ordrus tocó el piso con su cetro, y pronunció ininteligiblemente una frase. En respuesta, el agua cesó de manar, revelando una piedra negra, con una inscripción en simbología extraña. Mahr’ Kyeh, descendiendo a tierra, comenzó a pronunciar un conjuro en un idioma desconocido, al parecer correspondiente a la críptica escritura, con una dicción y velocidad increíbles. Demian, con la cabeza baja., aguardaba el momento en que su cuerpo albergara las armas gemelas Ángelus y Dæmon, la prueba de su rango de Guardián.
- Demian de Zaphros, hijo de Daphne, has sido llamado hoy para asumir la mayor responsabilidad que se puede tener en nuestro pueblo. Mas no eres digno aún de tomar en ti semejante carga: tus acciones hablan en tu favor, pero has de demostrar tu valía para ello. “¡Bendito aquel que es ignorante! Las dudas no corromperán su corazón, ni albergará monstruo alguno”, rezan los sagrados pergaminos de Eileen. Has de probar, frente al pueblo de la Ciudad Oculta, que puedes vencerte a ti mismo y llevar con orgullo la Insignia de Eileen. Porque el ser humano tiene como peor enemigo a sí mismo. ¡Mírate al espejo y descubre tus temores!
Al decir estas palabras, el nigromante tocó la piedra con su cayado, trazando una línea que dividió el monolito por la mitad. Una luz cegadora salió del mismo, y la roca esculpida se separó, apareciendo en medio de sus partes un espejo negro. La muchedumbre emitió un grito de asombro: aquel era el legendario Espejo de Eileen, el instrumento prohibido por el primer rey de Dakron en su lecho de muerte. 500 años hacía ya de ese hecho, durante los cuales la ubicación del Espejo había permanecido en secreto... Hasta ese día.
No era esto lo que pasaba normalmente en una ceremonia de nombramiento; ni siquiera los más viejos pobladores de la Ciudad podían recordar que el ceremonial fuera de aquella manera. La gente comenzó a agitarse... ¿Quién era aquel joven? ¿Qué había motivado la realización de aquel evento? ¿Cuál sería la prueba? O, ¿Por qué esa prueba? Las interrogantes flotaban en el ambiente. El desconcierto era tangible en el frío aire de aquella tarde.
Demian, sereno, levantó su cabeza. Se aproximó lentamente a aquel objeto místico, sin observarlo realmente, apreciando sólo su fina hechura, la extraña y arcana belleza de aquel misterioso instrumento... Pero evitando ver el cristal. Sólo cuando estuvo a menos de un metro de él, enfrentó su faz con la superficie oscura, permitiendo ver su reflejo en ella. Ahí estaba él, un adolescente de 16 años, en la flor de la juventud; la tersura de su piel y los negros cabellos, que enmarcaban su semblante tranquilo y calmado, atestiguaban una belleza extraña, como una obra imperfecta, pero obra maestra al fin. No restaban estos detalles ni un ápice de masculinidad a su fisonomía; antes le daban un aspecto de madurez y una mirada imperturbable. Repentinamente, el espejo se tornó blanco, deslumbrando a los presentes. El único que podía ver aún era Demian, absorto en la contemplación de sí mismo. Por ello, no se percató de la energía que el cristal emanaba, y que lo iba envolviendo lentamente. Sus sentidos estaban ciegos para cualquier cosa que no fuera él mismo.
El gentío, aterrado, comenzó a dispersarse. Ordrus y Mahr’ Kyeh, empuñando sus báculos, se aprestaron para la batalla. Una mirada de decepción pudo apreciarse en sus negros ojos; aquella no era la manera en que su aprendiz debía haber reaccionado. Sin embargo, el peligro que iban a encarar requería su atención absoluta, pues se hallaba en juego el planeta mismo. En efecto, si el poder que se hallaba frente a ellos no era controlado, y llegara a aproximarse lo suficiente al centro de la Fortaleza, todos los esfuerzos de los 6 habrían sido en vano, y todo cuanto era conocido perecería. La situación se tornaba grave; las inmensas cantidades de electricidad estática comenzaban a crear tempestades; el viento, enfurecido, derribaba todo cuanto se atravesaba delante de él; las aguas enloquecían y amenazaban con sepultar la Ciudad. La naturaleza parecía querer quitar a la humanidad aquello oculto tras recónditas paredes y laberínticos cuartos, el tesoro de Dakron. Eso que Demian debía proteger... Pero el muchacho estaba abstraído completamente de la catástrofe a su alrededor. Todo cuanto pasaba le era indiferente: tal era el peligro del Espejo de Eileen, que no reflejaba sino los peores deseos y pecados del incauto que osara reflejarse en él, arrebatando la voluntad a la víctima.
Los dos magos comenzaron a recitar un conjuro, aquel que menos querían utilizar. Tendrían que volver a sellar todo aquel poder... Aunque supondría encerrar junto con ello el alma de su pupilo. Pero no había otra alternativa. Resignados, ambos comenzaron: “Ftreg’n laimus dénimos...”
domingo, 1 de febrero de 2009
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