Existen ocasiones en la vida de un escritor, donde pareciera que su corazón deja de latir. Engullido por sus alrededores, la mísera selva urbana que por completo reclama su atención y tiempo, el escritor a veces se ve forzado a levantar la pluma del papel, dejando en mitad aquellas historias que todavía esperan ser contadas, desde que se desempolvaron del arcón de su imaginación fértil y vertiginosa. Son esos momentos los que merman su creatividad, limitan sus palabras, esconden de sí mismo los vórtices de sus letras; esos duros días en que se termina la imaginería macabra, el sinsabor amargo y decepción, las frías penas del olvido, e incluso el dulce gusto de una caricia y un beso. Cuando los poemas, antaño automáticos de su lengua espontánea, se pierden en los rincones de su mente caótica, que para hacer frente a su realidad archiva todos y cada uno de los escritos pendientes y por venir, negándose a sí mismo incluso en naturaleza...
No hay mejor remedio para tales situaciones, que el cigarro, la luna, y una buena conversación. A veces la música ayuda; suele ser que otros genios inspiren al propio, encontrando la belleza adivinada entre cada nota, acorde y ritmo como si hurgase en sus propias composiciones. Hay un Re detrás de toda canción romántica, y las notas menores imprimen la melancolía: algo falta siempre en su incompleto sonar, que evoca el vacío de la nostalgia. Leer también es un buen suplemento alimenticio para el escritor; permite que la famélica mente se nutra, se empape en las odas ajenas, y poco a poco despierte la disposición a crear de nuevo. Pero ciertamente, no existe nada que pueda superar las dotes terapéuticas de los fármacos que la misma Naturaleza provee, en la persona de un buen amigo muchas veces. Degustar el aroma de la vida seca ofreciendo sus inciensos al paladar, observar un símil en gas de lo que en los pulmones del fumador queda, y con la mano opuesta sostener un buen vino o un refresco: al gusto del cliente. Sazónese el escritor con una buena porción de luna, que en dosis sabias suele inspirar a los desalentados; y una vez salpimentada la mezcla, con uno o dos fuertes tragos y varias bocanadas de vida quemada, aderécese con las palabras originales y llenas de sí mismas, narcisistas, eventuales, que solo pueden obtenerse en una conversación rica y entretenida. (Asegúrese de obtenerlas de buena procedencia, las cosechas más deliciosas se dan en boca de los mejores amigos).
El remedio, una vez preparado y degustado, ha de ser digerido en una buena noche de sueño, quedando algunos resabios que podrán disfrutarse como recuerdos. Deben tomarse las dosis que sean necesarias, procurando que lo real no intoxique a la fantasía y, por ende, no interrumpa las cavilaciones imaginativas que necesariamente llevan al enfermo escritor a revivir su capacidad creativa. Este tipo de convaleciente requiere cuidados especiales, e incluso puede contemplarse la posibilidad de añadir ingredientes extra al gusto, dependiendo también de las necesidades del afectado por el tedio, el estrés, o simplemente la sobrevivencia entre el caos.
Una vez más, consulte a su médico.
jueves, 3 de febrero de 2011
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